Hace un par de meses participe en un diálogo online sobre la estimulación al talento en la era de la digitalización. Una iniciativa que tiene como finalidad activar sectores económicos y puestos de trabajo para las nuevas generaciones.
Después de escuchar variadas y enriquecedoras posturas de algunos profesionales participando en tal causa, fue momento de dirigirme a todos ellos.
Mi experiencia en este campo, a excepción del ámbito académico o de instituciones en las que afortunadamente trabajé con jóvenes, por el momento es relativamente corta.
No obstante, durante estos 3 años, como fundador y director de una naciente revista digital, reconozco dos motores fundamentales que estimulan el talento: motivación y convicción.
La primera es el voltaje vivo de nuestras neuronas. La segunda, ardientes llamas en nuestro pecho. A esta grandiosa ecuación agrego la virtud de la determinación, cualidad que es el origen de nuestro despertar, impulso a la acción y movimiento.
A partir de estos tres incombustibles, y reconociendo en nosotros mismos la existencia de una chispa de arranque, podemos impulsarnos al mar abierto. Y hasta aquí, todo esta bien.
Puede que te cueste un poco de tiempo, pero es importante reconocer que el terreno y el campo de acción no te lo pondrá fácil. Es duro, pedregoso y muchas veces hostil. Genera vacíos en el estómago y cortos circuitos en la cabeza. Nubla el recorrido que por momentos se percibía despejado.
Durante este camino nos entenderemos como personas imperfectas, por lo tanto, cometeremos errores. A pesar de ello, todo error es válido pues genera aprendizaje y activa en nosotros el ingenio de resolver problemas. Más aún cuando trabajamos en equipo.
Mi equipo es un grupo de personas con cerebros alados (imaginación) que dan color y sentido a las cosas. Nos motivamos unos a otros. Unimos esfuerzos y nos adueñamos del presente. Por supuesto, habrá fricciones y diferencias como parte natural del proceso.
Sin embargo, también hay pesos que no pueden ser parte del equipaje. Es decir, aspectos que inclinan la balanza al retroceso, que te llevan a un paso de caer rendidos en mediocridad y al fracaso.
El trabajo de equipo no permite agujeros de gusano, pues devoran la energía de los demás. Incluso, es el origen de una falla en el corazón de una organización.
Es vital la sinceridad con nosotros mismos y preguntarnos de vez en cuando cómo estamos. Si iexiste algo interno que nos detiene o nos obstaculiza.
Yendo más al exterior, hay mucho depredador humano dispuesto a limitarte, encasillarte, frenarte. Y esto es una verdad. Determinados entes con poder frenan las ideas, las visiones, las carreras, las oportunidades. Pasa igual con competidores desleales. Y de vez en cuando, nos toparemos con restadores de energía, conocidos también como vampiros energéticos.
El tiempo que intentes colocar tu marca, iniciativa o negocio, varía en función de la segmentación, aceptación, reconocimiento social o incluso, cultura. Los comparativos pueden ser positivos, pero es vital no presionarte con el éxito inmediato. No existe un cronómetro igual para todos.
También hay fórmulas a tu alrededor. Algunas serán realistas y otras surrealistas. Dependiendo del lugar donde ofrezcas tu trabajo, habrá -o no- margen para la innovación.
Tendrás sensaciones de mareo e incluso, momentos donde querrás tirar la toalla. En tu cabeza habrá ciertas preguntas: ¿qué estoy haciendo? ¿estoy haciendo algo importante? ¿vale la pena? ¿conseguiré el éxito?
Como emprendedor, sin anclajes sólidos en nuestras virtudes, será fácil perderse. Y perder el origen es perder la originalidad.
Así que cada vez que te sientas desbordado, levántate, gira el cuello, truena los huesos, respira hondo. Despeja. Llama a tu energía, dispara el voltaje que pone en marcha tu motor.
En este universo no hay nada más rápido que tu mente y solo la mente es capaz de ordenar el caos. Y cuando regrese la calma, volverás a mirar el claro camino que te llevo a esta aventura.
Y más allá de los conocimientos, también se trata de determinadas cualidades.