Artículo en cuatro emisiones

A principios de los años noventa, María Eugenia vuelve al país con el propósito de recuperar el teatro, por lo que en 1994, este recinto volvió a tener como vocación la representación de las artes escénicas ahora con el nombre de Teatro Juan J. Herrera.
Fue rentado a la coalición de teatristas independientes integrada por Carlos Converso, Miguel Aguayo, Paulo Landa, Adria Peña, Itzel Cuevas, Nadine Cuevas, Laura Crotte, Boris Shoemann, Pepe Camacho, Raúl Santa María, entre otros.
Respecto a este periodo Laura Crotte relata:
No es desconocido casi para nadie que anteriormente el teatro había sido el cine porno de la ciudad, lo que causó cierta resistencia en algunas familias Xalapeñas de buenas conciencias para acercarse a nuestras producciones. Tratamos de asegurarles a ellos y a la liga de la decencia, que nuestras producciones estaban abiertas a todo público.
Tuvimos que jugar con el hecho de hacer revista con algún toque picaresco para que la transición fuera orgánica y así fue. Poco a poco el público se empezó a acercar al teatro. En menos de 2 años había talleres para niños, para miembros de la tercera edad, para actores. Nuestras producciones llenaban horarios de miércoles a Domingos.
Antes de cumplir 3 años ya nos habíamos convertido en el teatro al que llegaba lo que venía de gira nacional y no solo de teatro, sino danza e incluso música (Lila Downs quien tocaba Jazz con su esposo; Betsy Pecannins con Rosino Serrano al piano, entre otros).
La muestra estatal de teatro se celebró ahí, nuestras producciones pasaron a ser representantes estatales en dicha muestra, pero lo más hermoso fue poder ahí mismo trabajar, idear, crear y escenificar nuestras propias producciones. Y sucedió en muchos momentos tener teatros llenos y una que otra vez localidades agotadas.
El teatro requería muchísima inversión, pues lo recibimos en bastante malas condiciones. Se tuvo que equipar de sonido, luces, telones e infinidad de detalles de reparación y mantenimiento. Yo era casi oficialmente madre soltera entonces y necesitaba ingreso.
Obvio que el teatro no nos lo daba, sin embargo, recuerdo con profundo agradecimiento recibir mi pago después del fin de semana haciendo la obra Vámonos haciendo bolas y pudiendo comprar al menos un litro de leche. Lloré de emoción, pues significaba estar haciendo lo que más me gusta y viviendo de ello. (2019).
Mientras se es joven uno sueña, intenta, fracasa y vuelve a intentar. Con dedicación, vocación y mucho empeño uno consigue ciertos logros. De 1994 a 1996, el Teatro Juan Herrera es sede de numerosas puestas en escena de gran éxito a nivel nacional.
La dedicación, vocación y empeño de estos jóvenes artistas fundó una etapa de suma importancia en la escena mexicana. Algunos grupos que dispusieron de este espacio fueron: La tarántula, Payasas a la carta, Tablas y diablas y la Compañía de Teatro Infantil de la Secretaría de Educación y Cultura TISEC.
Al margen de lo anterior, algunos de los montajes más destacados fueron:
Según el testimonio de Laura Crotte [2019], el director del IVEC, quien en ese entonces fuera Raúl Arias Hernández, asistió a develar una placa al final de una de las funciones. Después de este suceso, reconoció el trabajo de los artistas independientes por activar este recinto y re-significarlo como el teatro de la ciudad.
Esa noche, la coalición independiente solicitó el apoyo de la institución gubernamental para solventar los gastos de renta, y tras la respuesta contundente de ¡No los dejaremos solos! por parte de la Institución, se llegó a un silencio profundo. Eventualmente, tras el regreso de estos grupos independientes de una de sus giras nacionales, les fue solicitado desocupar el espacio pues el Instituto Veracruzano de Cultura (IVEC) sería el nuevo titular. Es así que en mayo de 1996, el IVEC asume la administración del Teatro Juan J. Herrera.
Bajo la coordinación del Maestro Arturo Messeguer Lima se realiza un proyecto titulado Teatro para todos, con diversos montajes y eventos, destacando los siguientes:

Antes de terminar la década de los noventa, por motivos personales, María Eugenia Ostos decide salir del país llevándose con ella las llaves del Teatro Juan J. Herrera, terminando con esta actividad intensa y constante en el recinto.
Para los años 2000 el teatro re-abre sus puertas gracias a un proyecto de teatro para niños y niñas a cargo de 4 entidades: Carlos Converso y su grupo, Leticia Colina, Payasas a la Carta y Guillermo Melo, quien se encargaba de organizar y administrar.
Este proyecto estuvo beneficiado por el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA). De aquí que se invitaron a grupos del interior de la República Mexicana a sumarse, realizando presentaciones dirigidas a las infancias (Colina, 2017, pág. 4).
No obstante, este periodo no fue el resurgimiento más esperado del teatro, pues las actividades que se realizaban eran muy variadas.
Según el testimonio de David Aarón y Lorenzo Portillo (2017), integrantes del grupo Merequetengue, en esta temporada la vocación del recinto se desdibujó debido a la diversificación de los eventos que se realizaban. Teniendo en programación desde festivales de primaria, graduaciones escolares hasta sesiones de la Confederación Revolucionaria de Obreros Campesinos (CROC).
Los espacios, creo que deben tener una vocación clara, porque entonces se vuelven salones de usos múltiples a los que no se les da la atención, el cuidado, el respeto, el cariño, la manutención de lo que se necesita […] Si no se perfila una vocación no solo se maltratan los espacios, sino que se mal ocupan. (Pág. 3)
A propósito de tan relevantes agentes culturales y creadores escénicos, no omito mencionar que, los orígenes del grupo teatral independiente Merequetengue, sucedieron en dicho recinto un 30 de abril del año 2000 y, debido a la identificación de esta problemática por la necesidad de generar un espacio con una vocación clara, desarrollan el proyecto que posteriormente conoceríamos como: El rincón de los Títeres.
Tal fue su compromiso con el teatro en sus orígenes que llegaron a tener las llaves del recinto para disponer del tiempo necesario en sus ensayos. “Saben que les tenemos confianza, les dejamos el candado abierto y ustedes lo cierran, aquí están las llaves” así se despedían los técnicos al término de su jornada laboral.
Es bien sabido que el teatro genera una sinergia particular y un sentido de colectividad entre los involucrados. Esta etapa no fue la excepción, pues a pesar de la diversificación de eventos, los creadores escénicos, quienes lograron colar su arte en esta temporada, mantuvieron una organización que les permitió habitar el espacio como la casa de todos, turnándose para limpiar; escombrando el espacio para que cupieran las producciones de todos; apoyando en taquilla, recibiendo público, difundiendo las actividades de los otros grupos; equipando el foro con telas, pintura, mano de obra y con lo que cada quien tuviera disponible de sus bolsillos, de su tiempo o de su esfuerzo para mantener el recinto en el mejor estado posible.
Pues las condiciones infraestructurales del momento no eran óptimas: algunas butacas llegaron a romperse durante las funciones y, en alguna ocasión, la función fue interrumpida por una rata que rondaba entre los espectadores, que en ese entonces eran niños y niñas de escuelas primarias.
Los bullicios en butacas se incrementaron hasta sobrepasar la atención en los actores, a pesar de los intentos por continuar, la función se detuvo.
Este enfoque colaborativo y de unión le dieron un sentido de arraigo y comunidad a muchos grupos independientes del momento, quienes llegaron a considerar llamarlo Teatro de la Ciudad para generar mayor identificación con las y los habitantes y las y los creativos que ahí desempeñaban sus funciones.

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