En el vasto paisaje del cine, hay películas que trascienden el tiempo y se convierten en auténticos tesoros de la cultura.
“Amadeus”, dirigida por Milos Forman y estrenada en 1984, es una de esas joyas cinematográficas que en septiembre alcanza los 40 años.
Pero ¿qué hace transcender su vigencia y su popularidad incluso después de cuatro décadas?
En el corazón de esta obra se encuentra la enigmática figura de Wolfgang Amadeus Mozart, el genio musical incomparable cuya vida y legado han fascinado a generaciones enteras.
Más allá de no tratarse de una película biográfica sobre Mozart, ni basada en hechos verdaderos, también podemos decir que es una obra de mucha tela: es un relato visceral de celos, rivalidad y de la desconcertante naturaleza del genio.
En este filme tampoco falta intriga, pasión y la envidia que bulle en las sombras. En realidad, es la historia de Antonio Salieri, su némesis musical interpretado con una profundidad increíble por F. Murray Abraham, quien, por cierto, se llevó un muy merecido Oscar.
Salieri es el verdadero narrador de esta tragedia disfrazada de biopic. Y es su envidia y asombro por Mozart, donde la película realmente brilla.
Este filme no trata de ensalzar la figura de Mozart, lo muestra como lo que fue: un genio absoluto y, a la vez, un ser humano absurdamente imperfecto.
¿Qué siente la mediocridad ante la grandeza?
Salieri, como compositor es competente pero limitado. Representa el “esfuerzo honesto”, el trabajador constante que sabe que nunca será el mejor, no importa cuánto lo intente.
Por otro lado, Mozart, interpretado por Tom Hulce, es presentado como un prodigio musical pero caótico, un genio incontrolable, el niño prodigio que no sigue las reglas, que se ríe del sistema, que no necesita disciplina porque la genialidad le fluye como una manantial. Sin embargo, su genio desbordante se ve contrarrestado por su inmadurez y ciertas fuerzas que conspiran en su contra.
Y claro, como millennials, podemos relacionarnos con eso. Todos tenemos un “Mozart” en nuestras vidas, -o un Salieri- ya sea en el trabajo, en las redes sociales, o en nuestro entorno inmediato. Esa persona que parece hacerlo todo sin esfuerzo mientras muchos de nosotros luchamos por mantener el equilibrio.
Quizá por eso la película ha perdurado tanto: porque sigue tocando esa fibra que todos sentimos alguna vez. ¿Cómo manejamos la inevitable comparación con otros? “Amadeus” nos lo grita en la cara: a veces, la respuesta es con amargura.
Más allá de su trama, la película es visualmente espectacular. Es imposible hablar de *Amadeus* sin mencionar el diseño de producción. Cada detalle, desde los opulentos vestuarios hasta los majestuosos escenarios, nos transporta a una Viena del siglo XVIII que, para nosotros, es tan extranjera como fascinante.
El contraste entre el orden rígido de la sociedad aristocrática y la anarquía creativa de Mozart se refleja en cada rincón de la película, haciendo que cada escena sea una obra de arte en sí misma.
Y sí, los millennials apreciamos una buena estética, y “Amadeus” nos la da en bandeja de plata. En una era en la que la pantalla de nuestro teléfono es un lienzo personal, el filme de Forman nos recuerda que el cine puede ser algo tan hermoso y absorbente que no necesitas un filtro de Instagram para mejorar su magia.
Pero, ¿y la música? Al final del día, Amadeus es un himno a la música de Mozart. Es una celebración y, al mismo tiempo, un lamento. Desde las arias conmovedoras hasta los conciertos exuberantes, la banda sonora de esta película es casi un personaje en sí mismo.
A lo largo de 40 años, la música sigue siendo el corazón palpitante que da vida a todo lo que ocurre en pantalla. No importa cuántas veces la hayas escuchado, cada nota parece fresca, como si fuera la primera vez.
Sin embargo, la genialidad de Mozart se despliega en la banda sonora de una manera tan cinematográfica que incluso aquellos que no son amantes de la música clásica se sienten cautivados.
Quizá eso sea lo que más sorprende: cómo logra hacer que la música de siglos pasados resuene con públicos modernos, casi como si hubiéramos encontrado el playlist perfecto de 1780.
Al final, lo que hace a una película inmortal es su habilidad para hacernos reflexionar sobre nuestras propias vidas. Nos enfrenta a la incómoda pregunta de qué significa realmente el éxito, el talento y el fracaso.
Mientras celebramos su 40 aniversario, no solo recordamos el legado de Mozart, sino también el peso de Salieri. Esa carga emocional, esa presión por ser el mejor, sigue siendo tan actual hoy como lo fue en 1984, o incluso en el siglo XVIII.
En un mundo donde constantemente nos comparamos y buscamos aprobación, Amadeus es un recordatorio de que, a veces, la grandeza es simplemente aceptar nuestras propias limitaciones… o, en el caso de Salieri, destruirnos en el proceso.