Me estoy estrenando en el tercer piso y no puedo evitar vincularme con el discurso de la película Si yo tuviera 30, no solo por la coincidencia numérica sino por los conflictos existenciales y las reflexiones que se detonan en esta edad.
Si has visto la película entenderás a lo que me refiero. Si no es así, tampoco creo que sea un imperdible. Esta cinta es más un divertimento hollywoodense del que fui presa en mi juventud y se volvió un referente.
Está claro que en todas las edades pasamos por conflictos y reflexiones particulares. Lo que quiero decir es que, cuando se es más joven -menos de 25 años por lo menos- se podría pensar “a esta edad tendrás muchas cosas solucionadas”; un trabajo que te provea de estabilidad económica, estudios universitarios que te den una profesionalización en lo que sea que hagas, una vida amorosa estable y con un futuro prominente; una casa a la cual llamas hogar, que no es precisamente el cuarto de tu infancia y un largo y tupido etcétera… SPOILER, no siempre es así.

La película llama mi atención nuevamente por varias razones. La primera, recordar el deseo del personaje principal Jenna, cuando tiene 13 años, al encerrarse en un armario y repetir cual mantra: tener treinta, ser coqueta y próspera. Con ello idealizando la adultez como la solución a sus problemas. SPOILER, no se resuelven.
Y es que, resulta ingenuo creer que con el simple paso del tiempo los problemas que nos aquejan van a solucionarse. Hay que poner enfoque, análisis, esfuerzo y muchas veces aceptar nuestra vulnerabilidad.
En la película Jenna se enfrenta al conflicto de tener todo lo que soñó y no estar satisfecha: si, tiene el empleo soñado, pero la gente le tiene miedo; si, tiene a un hombre guapo como pareja, pero es una cabeza hueca; si, tiene gente a su alrededor, pero no son precisamente amigos. Con ello, propone que el sabor del éxito no es el mismo si llega a costa de lo que sea, sino que el éxito solo tendrá sabor dulce cuando se llega a él de forma amorosa, honesta, genuina.
Sin embargo, tener pequeños sinsabores también permite cuestionarte ¿Qué es lo que está mal? Poder indagar en todo aquello que no anda bien en tu vida, me parece un gran honor. Y es que no hay que llegar a este cuestionamiento con severidad, ni exigencia, sino como una oportunidad de cambio, un regalo para ti mismo(a).
De ahí que escribo estas líneas como un sentido regalo de cumpleaños, esperando pueda ser significativo para los que atraviesan esta o cualquier edad, porque ser coquetos(as) y prósperos(as), nos viene bien en todo momento.

Cuando Jenna -ahora de 30 años- vuelve a casa de sus padres en busca de consuelo, tenemos de fondo la icónica canción de Billy Joel Vienna, que en palabras del autor no significa más que: “relájate, mira a tu alrededor y siente un poco de gratitud por las cosas buenas que hay en la vida”. Y es que, más de una vez he sentido consuelo con esta letra:
“Slow down you’re doing fine […]
It’s all right, you can afford to lose a day or two”
Es la invitación para ir despacio, las porras al saber que lo estás haciendo bien, y la despreocupación por saber que puedes perderte un día o dos, son reconfortantes en una edad en la que espera tanto de ti, y más aún, en la que esperas tanto de ti mismo.
Con tal nivel de exigencia en nuestros interiores, viene bien saber que la impermanencia, el cambio constante y la transitoriedad nunca paran. La paz se vuelve un lugar más deseable y por el cual habrá que luchar más constantemente de lo que nosotros creemos. Soltar las batallas que no tienen sentido, asumir la pérdida con entereza y dignidad cuando la situación lo amerite y agradecer por las pequeñas cosas en cada día se vuelven los espacios más valiosos.
Anhelar lo que no tienes, esperar los giros dramáticos en historias amorosas y envidiar o compararte con los vecinos puede ser el veneno más poderoso de esta y cualquier edad. Resultan detonantes que funcionan cual dinamita, disparando la ansiedad al cielo y más allá, con los cuales se vuelve imposible convivir.
Retomando el discurso de la película cuando Jenna le pregunta a su mamá: ¿Qué desearías cambiar de tu vida? A lo que ella responde: Nada. Pensé que se necesita tener una buena dosis de calma que quizá solo se obtiene con los aprendizajes que se ganan con el paso del tiempo pues, para responder de esa manera hay que estar satisfecho/a por las experiencias vividas, incluso por las negligencias.
Y es que no es que con esto este diciendo que desee cambiar algo en particular de mi vida, pero si me he reconocido en momentos de búsqueda de respuestas con urgencia, con frenetismo, obstinada en saber qué hacer y cómo hacerlo… Y no. No hay que saber exactamente a dónde ir todo el tiempo, sino, disfrutar del proceso, incluso de la incertidumbre de no saber si es lo correcto, si es lo mejor o si debes cambiar de rumbo.
Después de 10,950 días con vida, me resulta prioritario cuidar mi espacio (mental y físico), darme el tiempo de revisitar los lugares que me hacen ser quien soy, reconocer todo aquello que me ha formado y que me constituye, para poder tomar decisiones en paz, que no afecten a nadie, mucho menos a mí misma. Porque a diferencia de la película, en la vida real no podemos volver en el tiempo y SPOILER, nada se resuelve solo deseándolo.

A conciencia de que los problemas no desaparecen, sino que cambian de forma, me viene bien no desear la desaparición de ellos sino tener la gracia de poder solucionarlos. El tiempo nos da espacio para entender, sanar y aclarar el panorama; pero lo ideal, lo soñado y el deseo, no debe estar en el futuro o en lo felices que seremos si logramos tal o cual cosa, más bien en nuestra capacidad de disfrutar el aquí y el ahora.
Asumir con entereza la insatisfacción, aceptar que no encajamos en ciertos grupos o relaciones, enfrentar los desafíos constantes que nos dan sentido en las diferentes etapas de nuestra vida, nos da para preguntarnos entonces: ¿Estamos eligiendo los lugares adecuados? Las personas que me rodean ¿favorecen mi bienestar? ¿Cómo podrían envejecer las decisiones que estoy a punto de tomar?
Aunado a todo lo anterior, debo decir que me parece impresionante cómo el tiempo y las circunstancias me han llevado a volver a los rituales, prender una vela, hacer una oración, visitar un templo/iglesia/santuario, pues hay cosas que por más que las busques, las hayas planeado y hayas hecho todo lo posible por lograrlo, están fuera de tu control, de tu capacidad de entendimiento. Ahí se vuelve necesario invocar la fe, con ello la necesidad de creer, gritar en silencio por el deseo de que alguien más grande, más fuerte y más sabio que tú pueda mover los hilos para encargarse de ti, de tu futuro, de tus pasos.
Así que, sin el objetivo de esperar respuestas milagrosas, me deseo serme fiel, no esperando ser perfecta, sino genuina, no esperando ser única sino yo misma. Ofreciendo con ello la versión más honesta, aunque no a todos guste, aunque no a todos interese. Así que, coronilla al cielo, mirada al horizonte, sonrisa interior y un suspiro de alivio por estos treinta años, siendo coqueta y muy próspera.

Gracias por leer, si tienes más de 30 y quieres sumarte a mis regalos de cumpleaños, comenta para spoilearme la vida.









